jueves, 29 de diciembre de 2016

Amor (des)compuesto © Alquimista

El tiempo, las vivencias, el descubrir que todo aquello que nos acercaba y nos unía eternamente se troca un sueño de repente, una fantasía, un esfuerzo hercúleo por asimilar que ya no, que aquello que parecía que sería no es ni será, que aquella falta de dificultad que promueve ese sentimiento, que nace de tus entrañas y que tendemos a denominar "amor" se vuelve de algo factible a algo intangible, con los ojos abiertos, con el cuerpo cubierto de tierra, tierra que los desengaños provocan y abiertos los ojos tras percibir realidades dolorosas que nos dañan y nos lastiman...
Y así, atónitos, asistimos a aquello que mancilla el amor, destrozado por lo que los mortales llaman " tiempo", ese arma de doble filo que deseamos que se detenga durante los momentos de placer, pero que de pronto con su paso descubre a cada quién, dotándolo de su verdadera naturaleza, y lo grotesco que nace de ese " renacer " en nuestra mente de cómo percibimos a esa persona de un momento a otro, de ser aquella con la que nada se nos puede poner por delante porque en pos del amor, nada lo detendrá, a transformarnos en seres irreconocibles, donde lo más nimio se vuelve extranotable, donde a lo que antes no le dábamos importancia de pronto se nos vuelve central y crucial. Todo un jardín construido a conciencia, que ha recibido los cuidados más sublimes y delicados, de repente se torna maleza, se descompone, se desintegra porque ya dejó de ser cuidado, de ser atendido como debe, porque ante todo, este alquimista aprendió que al amor hay que cuidarlo como a un niño, con mucho mimo y cariño, con la delicadeza que requiere algo tan tierno y sensible como el sentimiento más puro jamás imaginado, aquel que trastoca la realidad y funde lo onírico con lo verídico, lo irreal con lo palpable, para devolvernos una realidad quizá demasiado dulce, una que nos aparte de las inmundicias que como seres humanos percibimos e incluso cometemos a diario.
En tanto que nada es eterno, nada permanece, nos queda alimentar nuestra memoria de recuerdos que nos permitan sobrellevar un día a día de hastío, de automatismo, de ignominia ante un mundo sin agallas, sin motivación, sin capacidad de empatía ni de sentir cómo nuestra humanidad se entierra y nuestros ojos dejan de percibir que en el fondo, sin esa tierra que nos tiran por encima quienes ya no sienten y se han alejado de nuestra naturaleza y nuestra esencia, hemos de lograr permanecer a flote amarrados a lo que realmente merece la pena: el amor.